Educación y desarrollo económico

Emilio Uranga, Columna “Examen”, La prensa, 22 de  julio de 1963, p. 8

*Tomado de la Hemeroteca Nacional de México

Porfirio Muñoz Ledo es un importante funcionario de la Secretaría de Educación Pública. Su batalladora juventud -”cumpliré en agosto treinta años y mi señora me dará un segundo hijo para entonces”- no le da punto de reposo y ejerce su vocación de reformador con la fogosidad de un líder político. Intérprete fiel y apasionado del ideario educativo de don Jaime Torres Bodet, se coloca, y hasta ahora busca los puestos de avanzada para hacer frente a cualquier amenaza de minimización sobre lo que representa el programa de los once años, la planeación de la educación superior, el financiamiento urgente y continuado de los proyectos de absorción de la creciente población escolar en nuestro país.

Por eso no me ha extrañado que, como resultas de una plática bastante acalorada con un grupo de economistas, haya aceptado subir a la cátedra de la Escuela de Economía del IPN para exponer sus ideas respecto a las relaciones entre la educación y el desarrollo económico. A Porfirio no le sabe bien que tras de muchas vueltas de cortesía “los economistas” terminen declarando que no le conceden tanta importancia en los planes de desarrollo económico y social al llamado “multiplicador” o factor que es la educación.

Es por lo pronto extraño que estos economistas de desagrado de Porfirio no se hayan enterado de los acuerdos sustraídos por México en Punta del Este (1961) el que taxativamente se afirma “… que el fin primordial de la educación es el desarrollo integral de cada ser humano y que, aparte de su valor en sí, la realización de este fin es un factor decisivo para el auténtico desarrollo social y económico de los pueblos … (y que en condiciones adecuadas, las inversiones en educación tienen el más alto multiplicador cultural, social y económico”

En su conferencia del miércoles 17 Muñoz Ledo se desvió por sacarles el jugo “a ciertas investigaciones hechas por los Estado Unidos sobre la productividad”, de las que se deduce que un obrero especializado rinde más que un trabajador sin preparación, y que si el objetivo más inmediato es elevar la “productividad” en el campo y en la industria, a la mano se tiene la palanca para conseguirlo: la educación técnica de la mano de obra.

Sabiendo por fino olfato que en una reunión de “expertos” en ciencias de la “naturaleza” un discurso sobre el valor de la educación por sí misma, una arenga humanista sobre sus excelencia, encontraría tapados los oídos, Muñoz Ledo montó su alegato sobre los efectos ventajosos que tendría para aumentar la producción y la productividad una reserva de trabajo previamente adiestrada; aunque idealista al fin, no dejó complacerse en citar a una autoridad que en la economía, y en los economistas sobre todo, más que a una legión de “ingenieros” a un grupo misional de “biólogos”.

Es evidente que más que el “desarrollo” de sus elaboradas definiciones de última hora, a Muñoz Ledo le agudiza la atención el venerable concepto de “cambio social” y que desde esta convicción ve a los educadores como acarreadores y diseminadores de una forma superior de vida y de cultura que desde los grandes centros urbanos es bueno que acarreen a los pequeño poblados, rancherías y ejidos los gérmenes de la movilidad en las costumbres sociales, la inquietud de los ajustes y del mejoramiento, el aborrecimiento frente a la soñolencia de la tribu y sus elaboradas drogas mágicas de resignación.

Este sesgo pragmático de un discurso que en sí mismo debió ser humanista, me hizo recordar unas palabras que el Presidente de los Estados Unidos, el honorables J. F. Kennedy, dejó caer irónicamente ante un auditorio formado por los estudiantes de la Universidad de Carolina del Norte: “Esta augusta institución, con su tradición secular y sus selectos alumnos, y con el respaldo que le brinda con sus impuestos el pueblo de este Estado, no puedo creer que haya sido lo que ha sido, y sea lo que es, por el único propósito de procurar a sus egresados una posición económica privilegiada en la lucha por la vida”. Pero en nuestro país, en que “los economistas” hacen dudar de las ventajas crematísticas o místicas de la educación, bien está que se les dijera a los estudiantes, con palabras del legendario rey restaurador de la Francia monárquica: “Con estos diplomas podéis enriquecer al país y enriqueceros por añadidura”.

Ahora que está de moda la economía como ciencia del “desarrollo económico y social”, relegando un poco en la sombra su definición como ciencia neutra de la riqueza o como ciencia “partisan” de la abolición radical de la explotación, sería una desgracia, una positiva desgracia, que a semejanza de su abuelo capitalista, nada hiciera para reivindicar el derecho de la educación del pueblo, abandonándolo a la buena de Dios. Esto lo siente Porfirio Muñoz Ledo y por eso acude a la barricada  para disparar su arcabuz cargado de magníficas reflexiones. Después de todo quien no defiende sus derechos, no merece tenerlos.

 

Deja un comentario